Política

#Abstracción | La teatralidad del Estado mexicano 

Texto: Yahir Flores Hdez.

«No permitan que los antiguos vicios y perversiones de la política florezcan en nuestras filas»

AMLO

El constitucionalismo mexicano envilece al pacto social, la separación de poderes, y demás preceptos y artilugios de la filosofía política expuestos por Hobbes, Rosseau, Spinoza y Montesquieu, respecto a las implicaciones que conlleva la hoja de ruta que «teóricamente» desemboca en la instauración de un régimen genuinamente democrático.

Montesquieu fue quien planteó la necesidad de dividir el poder del Estado en Legislativo, Ejecutivo y Judicial, para evitar la concentración de poder y asegurar la libertad. A pesar de que el andamiaje institucional en México supuestamente adoptó dicho modelo, a causa de un empoderamiento desmedido del poder presidencial y de prácticas como el «dedazo», a grandes rasgos, la separación de poderes en nuestro país transmutó en el sucedaneo de un régimen autoritario bajo el velo de democracia.

En el año 2018 la Izquierda por fin ostentaba un candidato que verdaderamente podía ganar la presidencia (el último había sido Lázaro Cárdenas). Dicha coyuntura se suscitó en parte al pragmatismo de Andrés Manuel López Obrador, que, a cambio de cuotas políticas, y apelando a que «para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo», reclutó a un sinfín de operadores emanados del mismo régimen al que pretendía derrocar (Manuel Bartlett es el ejemplo perfecto para ilustrar este punto).

Así fue como AMLO abrió las puertas de la Cuarta Transformación a todo aquel que se quisiera sumar, porque en ese momento, la idea era que Morena, como instituto político, ganara la mayoría de los puestos de poder en el país, y de esta manera, tener un amplio margen de maniobra para aterrizar de lleno el proyecto de la Izquierda.

En aquellas circunstancias, dicho pragmatismo resultó bastante sensato y efectivo; López Obrador ganó la presidencia con más del 50% de los votos, y gozó de una mayoría casi absoluta en ambas Cámaras durante todo su sexenio (asignatura pendiente que Sheinbaum sí pudo capitalizar en 2024).

En la actualidad, la 4T ostenta un poderío hegemónico; tiene la presidencia de la República, mayoría absoluta en ambas Cámaras del Poder Legislativo, y gobierna en 24 de 32 entidades. ¿Cuál sería el siguiente paso? Es evidente; toca depurar al movimiento. La etapa de reclutar impresentables para la operación política dentro de un marco institucional viciado ya pasó, ya no hay necesidad de pragmatismo, ahora la encomienda es precisamente refundar la forma de hacer política, ya no reproducir la teatralidad de un falso constitucionalismo.

Todo lo antes expuesto se ilustra con la reciente reelección de Cecilia Narciso Gaytán como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Guerrero. Una funcionaria que en su momento fue ungida por Alfredo Sánchez Esquivel, «El indio blanco» que tras su paso en la Jucopo se le recuerda principalmente por dejar en ruinas la biblioteca del recinto legislativo.

Pero más allá de lo anterior, la gestión de Narciso Gaytán en la CDHEG ha pasado inadvertida, mostrándose más como aliada y dama de compañía del Estado, que como una defensora de las víctimas. En la decisión tomada por el Congreso del Estado de Guerrero, en torno a reelegir a Cecilia Narciso, sin duda pesaron más los acuerdos políticos y pactos soterrados, que el compromiso genuino con la defensa de los más desprotegidos, al viejo estilo del régimen priísta.

En la 4T siguen haciendo caso omiso a la recomendación de AMLO; han permitido que los antiguos vicios y perversiones de la política florezcan dentro de sus filas, perpetuando así, la teatralidad del Estado mexicano y su supuesta «separación de poderes».

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